Asesinato en el Lago Sunrise by Christine Feehan

Asesinato en el Lago Sunrise by Christine Feehan

autor:Christine Feehan [Feehan, Christine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, Romance, Suspense
editor: URANO PUB Incorporated
publicado: 2022-02-27T00:00:00+00:00


La cuarta noche fue diferente porque ahora Stella tenía a Sam para hablar con ella cuando se volvía un poco loca tratando de prepararse para la pesadilla. Se fue a la cama pensando en ello. Haciendo planes. Lo visualizó con antelación. Estaba tan ansiosa que sintió náuseas antes de acostarse.

Como de costumbre, Sam estaba tranquilo y le hablaba con naturalidad.

—No importa si funciona o no, Stella. Haz lo que siempre has hecho. Presta atención a cada detalle y grábatelo. Eso es lo que haces. Cuando te despiertes, anótalos y dibújalos. Se lo enseñarás a Raine. Ayer no pudo venir porque no estaba en la ciudad, pero vendrá mañana y se reunirá contigo para ver los bocetos. Si no conseguís descifrarlo, se lo enseñas a la mujer que dijiste que era una corredora de picos. Dile que estás pintando, tal y como dijiste. Si Raine y tú sabéis dónde está, llegaremos allí.

Resultaba muy reconfortante tenerlo allí. No quería que ningún detalle se le escapara porque estuviera tratando de cambiar algo en su pesadilla, pero en realidad le parecía que era una buena idea intentar ampliar el campo de visión, así que se quedó tumbada durante un buen rato, pensando en girar con suavidad el botón hacia la derecha mientras trataba de quedarse dormida.

Miró al techo, aterrorizada porque se repitiera lo de la noche anterior. Había sido un desastre. Bueno, hasta después. Pero eso fue porque Sam había acudido al rescate. Podía oír el tictac de un reloj. ¿Respiraba Sam? ¿Estaba vivo? No roncaba. ¿Roncaba? Bailey sí. Se puso de lado. Clavó la vista en la pared. Empezó a girar hacia el lado de Sam.

Sam le echó el brazo sobre el vientre, impidiendo que se girara del todo, manteniéndola de espaldas.

—Mujer. —Había una advertencia en su voz.

—Hombre, me has quitado el lado de la cama. —Lo convirtió en una acusación, como si tuviera la culpa de que ella no pudiera dormir.

Actuó con rapidez y la despojó de las mantas que la habían mantenido caliente cuando le insistió en que durmiera desnuda. Nadie dormía sin ropa, excepto quizá él. Había descubierto que era mandón en la cama, pero tenía sus ventajas, y había gozado de todas ellas.

—Duermes en medio de la cama, Stella. No tienes un lado. Yo duermo junto a la puerta para protegerte. Así son las cosas.

Antes de que a Stella se le ocurriera protestar, le separó los muslos, acomodó sus anchos hombros entre ellos y su boca se encargó de llevarla a otra galaxia. Sam jamás hacía nada a medias. Mucho más tarde, se sentía agotada, saciada e incapaz de moverse, ni siquiera para arroparse. Sam era el que tenía la toalla y el paño caliente. Se amoldó a ella, pegándola tanto a su cuerpo caliente que Stella no creía que fueran a necesitar las mantas que les cubrían.

—Duérmete ya, cielo —murmuró, y la besó en la sien.

El calor del cuerpo de Sam, los sonidos naturales de la noche, el zumbido de los insectos y el chapoteo de las olas contra la orilla la arrullaron hasta que se quedó dormida.



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